Las orejas

Matwi

​En una aldea vivían un hombre y su mujer. Un día tuvieron un hijo al que llamaron Chico. Cuando

Chico creció aprendió el arte de la caza.

Día tras día, Chico se perfeccionaba en el arte de cazar, hasta que un día cazó un león. Muy contento corrió hasta la aldea en busca de ayuda para transportar a la ,era.

En cuanto llegó a casa le dijo a su madre:

— ¡Mamá, cacé un león!

— ¡Ejem…! ¡A lo mejor sólo lo heriste!

— No, lo maté estoy seguro

— No hijo mío, el león herido puede causar mucho daño. ¡No vayas más por ahí!

— No, mamá, aún así tengo que ir.

Y Chico se fue. Por el camino se encontró con un jaguar hambriento que no había comido nada en toda la noche.

Chico vio al jaguar y lo apuntó con su arma con intención de cazarlo. Pero todo fue en vano, porque el jaguar lo vio primero y se las arregló para que Chico acabase muerto en el suelo.

Los padres, en casa, esperaban la vuelta de Chico. Viendo que no volvía de la caza, empezaron a sospechar lo peor, y lloraban desesperados.

— ¡Ay Chico! ¡Ay Chico!

La liebre, siempre sagaz, estaba también por los alrededores y se encontró con el Jaguar que le preguntó:

— ¿A dónde vas?

— Voy en busca de comida.

— ¡Bueno! Yo voy a cazar. – Dijo el Jaguar. – Por favor, vigila a esta persona que acabo de cazar.

¿Me oyes Liebre?

— ¡Sí….!

— No cojas nada, ninguna extremidad, ni oreja, ni dedo, ni nada de nada. Si coges una pierna, mano u oreja, vas a ver…

La Libre, muerta de miedo, se quedó vigilando el cuerpo de Chico. El Jaguar continuó cazando.

Por todas partes cazó, cazó y cazó. Cuando ya no quedaban más animales, decidió volver. La Liebre seguía vigilando el cuerpo de Chico. Pero el hambre era cada vez más fuerte. Preocupada pensaba:

— Y ¿ahora qué hago? Se me ordenó no coger nada. Si cojo la mano, el Jaguar me va a reñir. Si cojo la oreja, lo mismo, o si cojo la nariz, o un dedo… ¿Qué puedo hacer entonces con el hambre que tengo?

Al ,nal se decidió:

— Cojo las orejas, está decidido.

Cogió las orejas y se las comió. Y así se le pasó el hambre.

Cuando el Jaguar volvió, llamó a la Liebre y le preguntó:

— ¿Dónde está el cuerpo que te mandé vigilar?

— Está aquí, muy bien guardado.

El Jaguar se acercó y observó detenidamente el cuerpo de Chico.

— ¡Ey! Faltan las orejas. ¿Dónde están las orejas?

— ¡Nooo! La persona no tenía orejas

— ¡Oh…! ¿La persona no tenía orejas?

— Sí. La persona no tenía orejas.

— ¿De verdad? ¿La persona no tenía orejas?

— Lo que te digo. La persona no tenía orejas.

— Me estás mintiendo, ¿la persona no tenía orejas?

— No, no tenía orejas

— Entonces, es cierto, ¿no tenía orejas?

— ¡Es cierto! Vamos al poblado a preguntar a la gente.

Finalmente, allí en el poblado ya conocían la noticia de la muerte de Chico. La gente en el poblado lloraba y se lamentaba:

— ¡Ayyyy! ¡Chico, ay Chico! ¡Chico murió! ¡Chico murió! Mira que le dijimos que cuando el león está herido es muy cruel. ¡Chico no escuchaba, no tenía orejas! ¡Ay Chico…! ¡Chico no tenía orejas, no tenía orejas! ¡Ay Chico! ¡No tenía orejas!

La Liebre aliviada y feliz se volvió hacia el Jaguar y le dijo:

— Escucha atentamente, ¿oyes lo que están diciendo? Están diciendo que Chico no tenía orejas.

Es lo que te decía yo, la persona no tenía orejas.

— ¿Tú no me dijiste que te comiste las orejas de Chico?

— No me comí las orejas de Chico, ya que él nunca tuvo orejas.

Entonces el Jaguar dijo:

— Tienes razón Liebre, sigue tu camino y yo seguiré el mío.

Y de esta manera, la Liebre se salvó de las garras del Jaguar. Si Chico hubiese hecho caso a lo que su madre le decía, quizás no hubiese muerto.

Moraleja: La testarudez es hermana de la desgracia.