La hiena y la salamandra

N ́kongo umwe lithu namu

​Cierta vez, la Hiena supo de la existencia de cerdos y cabritos que, durante la noche, quedaban fuera de sus corrales en la aldea Nanili. Esta información dejó a la Hiena muy contenta que esperó que anocheciese para que, al caer la noche, fuese a por sus presas y las trajese a la ciudad de Mueda. Como la noche tardaba en llegar, la Hiena se mostraba impaciente y no paraba de reclamar frente a sus amigas: – “¿Por qué no anochece?” – exclamaba constantemente. Hasta que la Salamandra le preguntó:

—¿Adonde quieres ir esta noche?

La Hiena respondió:

—¡Voy a Nanili!

—¿Qué vas a hacer en Nanili por la noche? Preguntó nuevamente la Salamandra.

— Voy a Nanili a por cerdos y cabritos que durante la noche se quedan al aire libre en aquella aldea.

—¿Por qué tiene que ser esta noche y no de día?” – preguntó la Salamandra. La Hiena se puso a reír y dijo:

— No tengo miedo de andar por la noche. Salgo por las noches hacia la región de Negomano a por cabritos y vuelvo la misma noche. Nunca me pasó nada.

—¡Mira, ten mucho cuidado con esas aventuras! – Advirtió la Salamandra, habiendo añadido lo siguiente:

— Un día vas a encontrar al dueño en el camino y te vas a arrepentir.

Mientras la Hiena esperaba la hora de su partida con destino a Nanili, en la tarde de aquel mismo día, la Salamandra fue a la zona de Nanenda, situada en la rampa de Sagal, y allá se escondió esperando a la Hiena. Por la noche, cerca de las nueve, vio a la Hiena correr velozmente en dirección a Nanili con el objetivo de ir a por cerdos. En ese instante, la Salamandra salió del lugar donde estaba escondida e interpeló a la Hiena. Ella se quedó asustada y preguntó:

—¿Quién eres tú?

La Salamandra respondió:

— Soy yo, Mpoti. Este es mi matador. Ya maté dos hienas y usted será la tercera.

Al oír aquello, la Hiena, con miedo, salió del local corriendo hasta Mueda sin ninguna prisa. Al llegar a casa, la mujer le preguntó:

—¿Dónde dejaste la carne?

La Hiena respondió:

— Me encontré con alguien muy peligroso. Se llama Mpoti. Ya mató dos hienas y, por suerte, yo me escapé de la muerte, porque sería la tercera.

Después de la conversación, el matrimonio se durmió. Al día siguiente, la Salamandra, se encontró con su amiga Hiena y quiso saber sobre la carne, habiendo dicho ésta:

— Amiga, te respeto mucho por tus palabras. Estoy arrepentido. Nunca más volveré a viajar por la noche.