La ambición

Ò mùérù 

​Érase un poblado habitado por mucha gente. En él había una familia muy pobre que tenía dos hijas.

Un día, la madre mandó a sus hijas al río a lavar los platos. Mientras los lavaban, uno de los platos fue arrastrado por la corriente del agua. La niña se puso a llorar, sabía que si volvía a casa sin el plato, su

madre la castigaría. La niña fue tras el plato siguiendo la corriente del agua. Por el cauce del río se encontró con una viejita. La viejecita le preguntó:

— Niña, niña ¿qué es lo que buscas?

— Mi plato -respondió la niña-. ¿Lo has visto bajar?

— ¿Buscas un plato? -preguntó la viejita.

— Sí -respondió la niña.

— ¿Puedes bañarme? báñame y llévame a mi casa. Te daré tu plato -dijo la anciana.

La niña bañó y vistió a la anciana. La vieja le indicó dónde vivía y la niña la llevó hasta su casa.

Después, dijo a la niña:

— Prepárame la comida y la mesa.

— La niña lo hizo todo. La abuelita comió. Después dijo a la niña:

— Detrás de la casa, hay unas calabazas, unas hablan, te dirán: <>. Hay otras que no hablan. ¿Comprendes lo que te digo?

— Sí -respondió la niña.

— Coge una de las que no hablan. Vete al poblado y busca un terreno, límpialo muy bien ¿Me oyes? Después de limpiar el terreno, rompe la calabaza. Cuando la rompas, jamás volveréis a ser pobres.

Tendréis casa, dinero, alimentos, todo lo necesario.

— Sí. Respondió la niña.

Se fue al poblado

— Has venido ¿y el plato? -Preguntó su madre.

— No preguntes por el plato -le replicó la niña-. Ven, vamos a limpiar un terreno.

Madre e hija limpiaron un terreno. Después la niña rompió la calabaza y de ella salió una casa grande, hermosa y equipada con todo tipo de riquezas: muebles, dinero… y desde entonces vivieron felices.

Y ocurrió que, ante el asombro de lo sucedido, una mujer del barrio exclamó:

— ¡Hú!

Y preguntó a la niña cómo había obtenido esta riqueza y qué había hecho para tenerla. La niña le contó la historia.

Después de escuchar la narración, la mujer dijo a su hija:

— Vete al río a lavar los platos y deja que la corriente del agua se lleve un plato.

La niña se fue al río. La corriente del agua se llevó el plato. La niña fue corriendo tras el plato y fue bajando y bajando por el cauce del río, hasta encontrarse con la viejecita.

— ¿Has visto bajar mi plato por aquí? -Preguntó la niña.

— ¿Estás buscando un plato? -Le respondió la anciana.

— Sí -Respondió la niña.

— Si quieres tu plato, báñame -Le dijo la viejita.

— Mhm?? -refunfuñó la niña con tono de desprecio.

— ¡Yo! ¿Cómo se te ocurre pedirme que te bañe? Yo no puedo bañarte. Dame mi plato. No puedo bañarte.

— Bueno, ya que quieres tu plato, vamos a mi casa. Allí te daré tu plato -le dijo la viejita.

Al llegar la ancianita dijo a la niña:

— Prepárame la comida.

— ¿Prepararte yo la comida? No puedo hacerlo -Protestó la niña.

— Dame de beber agua -insistió la abuelita.

— No te voy a dar de beber el agua que me pides. Quiero mi plato.

— Detrás de la casa, hay unas calabazas, unas que hablan y otras que no. Llévate una de las que no hablan. No te lleves una que habla –dijo la anciana.

— ¿Yo, llevarme una calabaza que no habla? Yo no soy muda, ¿por qué me voy a llevar algo mudo?

Me llevaré una que habla -Dijo la niña.

— Te recomiendo que no lo hagas. No te lleves una calabaza que habla -Insistió la abuelita-. Y cuando llegues al poblado, limpia un terreno.

— ¿Yo? Yo no puedo limpiar ningún terreno -respondió la niña a la ancianita.

Se fue detrás de la casa, recogió una de las calabazas que hablaban y volvió corriendo al poblado. Al llegar a casa dijo a su madre:

— ¡Mamá yo también he regresado! He traído bienes, riquezas…

Rompió la calabaza y de su interior salió un monstruo que tragó toda su familia.