El muchacho que se hizo rico

Àné móŋ á-ngá-lígì òkúkùt

​Había una vez un muchacho que sólo tenía una choza, unos anzuelos y las trampas que heredó de su padre. Un día fue a echar una ojeada a las trampas, y halló un monito atrampado y lo desató. Cuando lo llevaba al poblado, se encontró con una vieja en un recodo del camino y ésta le dijo:

Hijo mío, te digo de veras la verdad, que desde la mañana todavía no he comido y que regreso del bosque sin saber qué ir a poner en el fuego. Dame, por el amor de Dios, ese mono, yo también te ayudaré en otra ocasión.

— El muchacho tuvo compasión de ella y se lo entregó. La vieja le dijo:

En prueba de mi agradecimiento, te entrego tres hachas y con ellas harás lo siguiente: pondrás una trampa al borde del camino del río o al borde del camino que coges para ir de pesca al sur del poblado. Después de poner la trampa y armarla, por la noche, una vez dormido, oirás cómo es atrampado un paquete; entonces coge un hacha, sólo una, y ve a mirar. Lo que hallares lleva al poblado. Así procederás siempre y conforme al número de hachas, ¿entendido?

El muchacho dijo que sí.

Al llegar a casa, procedió tal como le recomendó la vieja y puso una trampa. Por la noche, cogió una antorcha cuando oyó cómo se disparaba la trampa; al llegar halló un paquete. Cogió el paquete y lo llevó al poblado. Al ir abrir el paquete, dentro había una casa y un coche.

El muchacho puso otra trampa tal como se lo recomendaron el segundo día. Al oír de nuevo cómo era atrampado algo, cogió la segunda antorcha y se fue. Llegó de nuevo [al lugar] y halló otro paquete. Lo cogió y lo llevó al poblado. Al abrir el paquete, contenía dinero. Su casa se llenó de dinero. El muchacho se hizo rico.

Tras poner la tercera y última trampa volvió al poblado. Por la noche oyó cómo algo era atrampado. Al acudir al lugar halló a una muchachita que era toda una monada. El muchacho la llevó al poblado. Su situación quedó así: tenía dinero, riquezas (casas, coches) y una mujer guapísima.

En fin, pasaron los años y el muchacho vivió feliz hasta que un buen día dijo:

—¡Pues qué! ¿He de contentarme con sólo estos bienes? Creo que, si pongo una cuarta trampa, poseeré otros más.

Dicho y hecho. Fue de nuevo y puso la cuarta. Se fue a dormir. Por la noche, al oír, ¡pum!, dijo:

Sin duda el mundo entero ha caído en mi trampa.

El muchacho fue a mirar [la trampa]. Desde lejos divisó un punto brillante en la oscuridad, pero, al aproximarse, oyó una voz que le decía:

Muchacho, apresúrate que tengo frío.

Este se quedó pasmado y exclamó:

¡Quién habla así, como la vieja que me encontré en el bosque un día!

Entonces la vio de cerca, con el cesto a la espalda y el monito en los brazos, y ella le dijo:

Hijo mío, sólo te di tres hachas, por haber añadido una cuarta, vengo a devolverte el mono. Te has portado como la generación actual. Querías tener más de lo que ya tenías.

De vuelta al poblado el muchacho fue haciendo cábalas sobre lo que esto significaba. Cuando llegó al poblado todo había desaparecido: su casa, su mujer, el coche y el dinero. De nuevo se encontró en la vieja choza y ante un pequeño envoltorio de pescado braseado por terminar de quemarse. Así es como el muchacho volvió a quedarse pobre, porque quiso poseer más de lo que ya poseía.

Moraleja: El cuento nos enseña que no debemos buscar más cuando ya lo tenemos todo, no vaya a ser que nos quedemos sin nada como el muchacho de este cuento.