El murciélago y el topo

Cinguzu nyi kholo

​El Murciélago y el Topo eran grandes amigos. En aquella época se visitaban el uno al otro como mandan las buenas maneras entre amigos. Eran jóvenes y todavía no había llegado la hora de buscar novia. En la cultura africana no se debe pretender a una chica sin informar a los padres. El joven Murciélago, sin embargo, decidió que su elección no incumbía a su familia. Se iba a casar con su enamorada, sin avisar a nadie de la familia. Los padres no aprobaban esta decisión. Intentaron aconsejarlo diciéndole que este comportamiento no se admitía en la comunidad africana. El joven, con su amor, no quería saber nada de costumbres ancestrales, y les dijo que eso era de otros tiempos y que lo perdonasen. La familia lo abandonó y nadie quiso saber nada de ese testarudo, y ni siquiera lo visitaron. Y así vivió en este ambiente, completamente aislado, durante mucho tiempo.

Al otro lado de la aldea, su gran amigo el Topo también actuó de esta manera. El Murciélago se enteró de la boda del Topo porque fue él quien le ayudó a dar como dote siete cestos de fibras (nsafu), que había pedido la familia de la esposa del Topo. El Murciélago pudo ayudar a su amigo ya que este vivía debajo de la tierra y no podía encontrar el material para confeccionar los cestos.

Los dos aventureros comprendieron que, en caso de problemas, deberían arreglárselas por sí mismos ya que habían infringido la tradición de sus antepasados. La conclusión del Murciélago fue:

— Por este motivo, querido amigo, nos protegeremos el uno al otro en cualquier situación.

El matrimonio del pobre Murciélago no duró mucho tiempo con la maldición de la familia. Después de unos meses, la esposa del Murciélago falleció. El viudo estaba completamente aislado, solo, su única compañía era la familia de la fallecida que lo criticaba sin parar.

— El mató a su esposa, debe pagar por nuestra hija…

El Murciélago habló con su amigo el Topo, le contó que tenía problemas y necesitaba su ayuda. Entonces, el Topo, que también vivía bajo tierra cavó un agujero justo hasta el cuarto del Murciélago, cerca de donde estaba la cabeza de la esposa de su amigo. El Topo, fingiendo ser el cadáver empezó a decir:

— Soy la esposa de Murciélago. Dejen de importunar a mi marido, porque fue mi familia quien ocasionó mi muerte. Él es inocente.

Cuando la familia oyó esto no pudo responder nada, simplemente se enterró a la mujer, y se terminaron los funerales. Así el Topo libró a su amigo de esta fea acusación.

Un mes más tarde, le sucedió lo mismo al Topo, su esposa también falleció. Esta mala suerte acompañaba a los aventureros porque no contaban con la bendición de sus padres. En cualquier sitio, lo que no es bendecido, sale torcido.

El Topo estaba muy triste, solo, y pensó que lo mejor sería llamar a su amigo para que lo ayudase. El Murciélago llegó al entierro profiriendo amenazas:

—¡Eh! ¡Eh! ¡Eh! ¡Topos! ¡Topos! ¡Paren! ¡Paren de llorar! Piensen bien lo que van a hacer, pero ¡no crean que van a cobrarle nada al Topo! Si lo hiciesen, yo, Murciélago, les voy a cobrar de inmediato los siete cestos que el Topo entregó como dote. Porque estos cestos eran míos, y yo me apiadé de ustedes. ¿Dónde iban a buscar las fibras para fabricar los cestos viviendo bajo tierra si todos estos materiales están en la superficie?

La familia de la esposa del Topo se reunió y llegó a la conclusión de que la idea del Murciélago era muy buena.

— Olvidemos la idea de cobrar porque somos de la misma familia - justificó el tío materno de la fallecida.

Y de esta manera se resolvió el problema de los indisciplinados aventureros.

Moraleja: Los usos y costumbres degradantes deben ser desterrados de la sociedad.