La tortuga y el leopardo

Èchùgù bá nzĕ

​Érase una vez un leopardo y una tortuga que salieron de caza y, al llegar al bosque, ella le dijo:

— Amigo mío, en esta cacería cada uno debe ir por su lado.

La tortuga se fue por el lado derecho y el leopardo por el izquierdo. Mientras el leopardo ponía las trampas, ¡co co co co!, la tortuga sentada sobre un tronco de árbol le llamó:

—¡Amigo leopardo!

Este contestó:

—¿Sí?

Y ella le pregunto:

—¿Cuántas trampas has puesto ya?

El leopardo le dijo:

— Ya he puesto treinta.

Y la tortuga dijo:

— Yo también.

El leopardo dijo:

—¡Qué casualidad!

El leopardo siguió poniendo las trampas, ¡co co co co!, y la tortuga le llamó de nuevo:

— Amigo leopardo, ¿cuántas trampas has puesto ya?

El leopardo le dijo:

— Ya he puesto cincuenta.

Y la tortuga le dijo:

— Yo también –Y añadió-: Se ha hecho tarde, volvamos al poblado.

Al día siguiente, la tortuga fue a sentarse de nuevo sobre un tronco de árbol y el leopardo fue poniendo las trampas, ¡co co co co!. La tortuga le llamó:

— Amigo leopardo, ¿cuántas trampas has puesto ya?

El leopardo le dijo:

— Ya he puesto ochenta.

La tortuga dijo:

— También yo.

El leopardo puso hasta un centenar y la tortuga le preguntó:

— Amigo, ¿has alcanzado ya el centenar?

El leopardo le dijo:

— Sí.

Sentada en un tronco de árbol, la tortuga dijo:

— Yo también.

Regresaron al poblado. Entonces dijeron:

— Ya con esta cantidad de trampas puestas paremos y veamos primero si el bosque responde.

Tres días después fueron a mirar las trampas, cada uno por su lado. La tortuga-sentadita en un tronco de árbol mientras el leopardo miraba las trampas-, le preguntó:

— Amigo, ¿Qué has atrampado [has cogido en la trampa]?

El leopardo le dijo:

— Un antílope, un puercoespín y un pangolín.

La tortuga dijo:

— Esos animales son los que he atrampado yo también.

Fueron mirando las trampas y la tortuga le llamó de nuevo:

— Amigo leopardo, ¿Que has cazado de nuevo?

El leopardo le dijo:

— Un duiquero bayo y un duiquero de Peters.

La tortuga le dijo:

— Yo también.

Fueron mirando las trampas, o mejor dicho, el leopardo fue mirando las trampas. La tortuga no las miraba, puesto que estaba sentada en el mismo sitio. Terminada la revisión de las trampas, le preguntó:

— Amigo, ¿no has terminado aún?

Y el leopardo respondió:

— He terminado.

Ella le dijo:

—¿Qué fue lo último que cazaste?

Y él le dijo:

— Dos pangolines.

La tortuga dijo:

— Yo también.

Entonces fue hacia el camino que llevaba al poblado a esconderse, y se puso a esperar al leopardo. Y éste, al partir, la llamó:

— Amiga, me voy. Me pillarás a mitad de camino.

El leopardo traía el morral repleto de carne y, cuando llegó a donde estaba oculta la tortuga, esta emitió una serie de sonidos cuya naturaleza solo Dios sabe, para asustarlo. Al oírlos, el leopardo dijo:

—¡Recórcholis!, ¿qué es esto? Nunca oí algo parecido en mi vida.

Abandonó los animales cazados y salió corriendo. La tortuga los recogió y, al llegar al poblado, dijo:

—¿Qué ha pasado, amigo? ¿dónde están tus piezas?

Y el leopardo le dijo:

— Amiga tortuga, me ha sucedido algo raro hoy. No sé con qué puedo comparar el rugido que he oído en el bosque. Allí se me ha quedado toda la caza.

Entonces la tortuga le dijo:

—¡Vamos, hombre! ¿Qué clase de ruido has oído que te ha obligado a abandonar la caza?

El leopardo le dijo:

— Amiga mía, te digo que no es explicable. No sé cómo explicarlo.

Entonces la tortuga le dijo:

—¡Qué le vamos a hacer!

Otro día la tortuga le hizo la misma jugarreta y el leopardo no hizo más que abandonar sus piezas. Y esto persistió hasta que el leopardo dijo:

—¡Basta! ¿Por qué ninguna de mis piezas llega a casa?. Hasta con mi mujer ya tengo problemas; porque de las trampas que fuimos a poner la tortuga y yo, ella es la que siempre trae carne y yo no.

Fue de nuevo a mirar las trampas y la tortuga repitió la mismísima jugada, consistente en agobiarle con preguntas (“¿Qué has hecho?, ¿qué has dejado de hacer?”), a las que respondía el leopardo. Después le dijo:

— Amigo mío, nos veremos adelante.

Y fue a esconderse donde solía hacerlo. En el entretanto, el leopardo ató muy bien su caza y dijo:

— Para que cuando oiga este ruido otra vez y salga corriendo, la cantidad de piezas que vayan a caer caigan, pero no llegue a casa con las manos vacías.

De tal modo que, cuando llegó a ese lugar y la tortuga le asustó como solía, el leopardo se fue corriendo de nuevo, pero esta vez no se le cayó ninguna pieza. Entonces la tortuga fue dando vueltas en un terreno quemado y con el cuerpo cubierto de cenizas llegó al poblado. Aquel día, el leopardo le preguntó:

—¿Qué ocurre, mi amiga?

Y esta le dijo:

— Tenías razón; lo que solía asustarte, ha hecho lo mismo hoy conmigo. Me ves así, por el horror.

El leopardo le dijo:

—¡Cuidado, amiga mía! ¿No será que eres tú quien me hizo la faena? ¿Por qué no traes nada hoy cuando la traigo yo?

La tortuga le dijo:

— Amigo mío, ¿cómo puedes pensar algo así de mí? Claro que no fui yo. Te digo la verdad, que lo que solía ocurrirte es lo que me ha sucedido a mí también.

Y el leopardo le dijo:

— Lo cierto es que ya no volveremos a cazar juntos. Mañana iré a desmantelar mis trampas.

Así fue el leopardo a desmantelar sus trampas, y la tortuga volvió a pasar hambre. También se llevó a su familia a otra parte a vivir, porque-según él-, ese poblado a dos no funcionaba.