La chica-más-hermosa que rechazaba a todos los pretendientes

Kitoko-ya-bankento ya kuvandaka kubuya babakala nyonso

​Érase una vez un hombre llamado Lukengo Obaday y su mujer, Mbila-Mbila Fila. Ambos tenían ocho hijos, cinco chicas y tres chicos. De los tres chicos, uno era idiota y de las cinco chicas, una era más hermosa que todas las demás. Por eso se llamaba la chica-más-hermosa.

Esta chica era de una belleza superior a la de todas las chicas del pueblo y sus alrededores. Por eso llamaba la atención de todos los jóvenes de la zona.

Un día, un joven del pueblo, cazador experimentado y hábil, luego de haber ganado mucho dinero con la venta de animales de caza, dijo a sus padres:

— Tengo la intención de casarme con la chica-más-hermosa.

Éstos le contestaron:

— Ve a pedir cita a su padre.

Fue a ver a papá Lukengo y tomó cita.

El día previsto, el joven compró la bebida y juntó todos los bienes previstos para la dote. Se hizo acompañar por mucha gente y miembros de su familia. Juntos fueron a lo de papá Obaday Lukengo, quien al verlos, hizo llamar a su mujer y le pidió que trajera asientos para sus invitados. Así lo hizo mamá Fila.

Cuando los invitados se sentaron, papá Lukengo les preguntó:

—¿Estáis vosotros de paso o venís a mi casa?

Aquellos le contestaron:

— No estamos de paso, venimos a tu casa a buscar a saka-saka, para nuestro macho cabrío.

El padre hizo venir a su hija y ésta se presentó.

Le dijo:

— Esta gente que ves aquí en nuestra casa ha venido a pedir tu mano.

La chica-más-hermosa rechazó ese matrimonio diciendo:

—¡Soy demasiado hermosa para casarme con este hombre!

El joven volvió a su casa, triste y humillado.

Nueve meses más tarde, otro joven, recolector de vino de palma también decidió ir a solicitar la mano de la hija de papá Lukengo con quien concertó una cita. A la fecha fijada, reunió todo lo necesario e invitó a mucha gente a acompañarlo a la casa del padre de la chica-más-hermosa. Al llegar, papá Lukengo pidió a su mujer que les diera asientos; luego, les preguntó:

—¿Estáis vosotros de paso?

A lo que respondieron:

— Venimos a tu casa a pedirte la mano de la chica-más-hermosa.

Inmediatamente, el padre llamó a su hija y le preguntó:

— Hija mía, ¿Has visto todos estos bienes?

Ella contestó:

— Los he visto, papá.

El padre continuó:

—¿Sabes lo que significa?

La hija respondió:

— Son bienes dotales.

El padre insistió:

— Este joven ha venido a pedir tu mano. ¿Quieres casarte con él?

La chica-más-hermosa lo rechazó sin miramientos. Avergonzada, toda esa gente se retiró.

Varios meses más tarde, el tercer pretendiente se presentó a solicitar la mano de la misma joven. Recibió la misma respuesta. Fue rechazado.

El cuarto también se presentó y la respuesta fue siempre igual. Fue el quinto pero ella no lo quiso. Lo mismo sucedió al sexto y hasta al décimo.

¿Saben lo que sucedió luego? El undécimo pretendiente, un tal Kagudi-gudi tomó prestados los brazos, las piernas, el tronco y ropa (pantalón, camisa, chaqueta, corbata, calcetines), zapatos, un reloj y gafas. Luego de haber tomado todo prestado, fue a pedir cita a papá Lukengo Obaday y a mamá Fila.

El día fijado, Kagudi-gudi reunió su dote y acompañado por mucha gente fue a la casa de papá Lukengo. Éste les ofreció asiento y les preguntó:

—¿Qué os trae por aquí?

A lo que contestaron:

— Venimos a pedir la mano de tu hija, la chica-más-hermosa.

Inmediatamente, el padre llamó a su hija y ésta apareció. Entonces surgió la pregunta habitual:

—¿Ves a esa gente?

Ella contestó:

— Sí, papá.

El padre continuó:

Han venido a pedir tu mano. ¿Estás de acuerdo?

La hija contestó:

— Acepto.

Entonces, los tíos paternos y maternos consumieron la bebida y se concluyó el matrimonio.

Llegó el día en que el joven debía llevar a su mujer a su pueblo. Uno de los hijos de ese padre, el idiota, estaba presente. Le dijo a su hermana:

— Déjame ir con vosotros.

La hermana rechazó la propuesta.

Entonces, Kagudi-gudi se puso en marcha con su mujer. El hermano menor, el tonto, los seguía despacio, detrás. Cada vez que giraban, el muchacho hacía lo mismo. Cuando estuvieron muy lejos del pueblo, miraron hacia atrás y vieron al joven que los seguía. Como ya no podían enviarlo de vuelta a su casa, continuaron el camino juntos.

A medida que avanzaban, en cada pueblo al que llegaban, la gente reclamaba a Kagudi-gudi todo lo que le había prestado. Así, Kagudi-gudi devolvió todos los objetos ajenos que había pedido prestados. Sólo le quedó la cabeza.

Llegaron a una gran sabana donde había una tumba. Kagudi-gudi la abrió, los tres entraron y él la cerró. Ahora bien, esa tumba era la puerta de entrada al pueblo de los brujos.

Cuando llegaron, todos los brujos se entusiasmaron. ¿Saben ustedes porqué? Porque acababan de tener una rica comida.

Luego, todos los gudi-gudi se reunieron y conversaron sobre la manera en que iban a preparar el festín. Mientras tanto, el hermano menor de la chica-más-hermosa, el idiota, escuchaba toda la conversación. Pasó una noche. A la mañana siguiente, todos los gudi-gudi fueron a la maleza a cortar leñar, sacar agua y desenterrar tubérculos de mandioca que debían servir para preparar la masa con la que iban a comer la carne.

Mientras estaban solos en la casa, el muchacho le dijo a su hermana:

—¿Sabes que tu marido y sus hermanos han decidido matarte y comerte hoy? Voy a ayudarte a escapar.

La hermana le preguntó:

—¿Qué vamos a hacer entonces?

A lo que contestó:

Sígueme.

Peló un cacahuete, cogió la cáscara y dijo a su hermana:

— Súbete a mi espalda.

La hermana subió a la espalda de su hermano y éste se puso a cantar:

Lo kubula ka mudondu e cyelele (bis)

Tat’e murice e cyelele,

Mama e morine cyelele

Cye-cye- cyelele

Entonces se pusieron a volar. Volaron muy alto y desde allí vieron a los gudi-gudi que volvían al pueblo. Volaron durante mucho tiempo hasta que aterrizaron en su pueblo, justo frente a sus padres.

La gente del pueblo, sorprendida, les preguntó:

—¿Por qué vuelven ya, si recién habían partido ayer?

A lo que contestaron:

—¡No pueden imaginarse las cosas horribles que acabamos de vivir!

Entonces se pusieron a contar su aventura.

Así terminó la historia.

Esta historia nos enseña que todas las personas son útiles aquí en la tierra; ya sean pequeñas o grandes.