La higuera chumba

Èkèkàm

​Érase una vez los animales. Un día la tortuga dijo que iba a tomar el fresco al sur del poblado y fue a acurrucarse debajo de una higuera porque quería echar una cabezada. Cuando estaba a punto de pegar los ojos, percibió el trajín y alboroto de los monos sobre la higuera. La tortuga dirigió la vista arriba, vio que los monos comían higos y les dijo:

Por favor, monos, quiero echar una siesta; ¿no podéis comer los higos tranquilos?

Nadie le hizo caso, continuó el trajín y la tortuga dijo:

Tal vez sea porque no me oyen.

Siguió sin embargo debajo de la higuera porque estaba cansada y no le apetecía ir a otro lugar.

Cuando levantó de nuevo la cabeza, vio cómo subía una serpiente a la higuera y le dijo:

Por favor, amiga serpiente, tú que vas ahí arriba dí de mi parte a la gente que come higos que me dejen dormir. No puedo trepar para ir a decírselo y que me escuchen. Tú que trepas transmíteles este mensaje.

La serpiente, después de subir a la higuera, le dijo:

Amiga tortuga, eres una pesada. Si la gente se divierte comiendo higos, ¿a ti que te importa?

Se instaló muy bien y se quedó tan campante.

Entretanto, los monos trajinaban y alborotaban comiendo higos, y la tortuga yacía sin poder pegar ojo:

¿Qué haré de esta gente [estos monos]? ¿Cómo he de hablarles?

Llegó el caracol y la tortuga le dijo:

Te pido, por favor, que digas a los que comen higos allí arriba que el alboroto lleva tras de sí la muerte y que la muerte es contagiosa. Vamos, diles que se callen mientras comen higos, para que lo hagan tranquilamente.

El caracol al encontrarse arriba dijo:

De veras, no sé qué le estará pasando a la tortuga. Porque la gente come higos y lo celebran riéndose, dice que el alboroto arrastra la muerte y que la muerte es contagiosa. ¿De qué forma puede contagiarse la muerte?

Y se tumbó entre las ramas de la higuera; por su lado, los monos siguieron alborotando y trajinando comiendo higos.

Cuando la tortuga volvió a abrir los ojos y vio venir a un cazador, entonces dijo:

¡Dios mío, cuántas veces he advertido a la gente que alborota allí arriba que eso arrastra la muerte y que la muerte es contagiosa! De tener selladas las bocas, este hombre no habría llegado hasta aquí.

El cazador fue mirando arriba y exclamó: “¡Caramba, cuántos monos!” Buscó dónde estaba el padre y le encajó un tiro en el centro de la cabeza.

En su caída, el mono arrastró al caracol y a la serpiente; y todos, al caer al suelo, lo hicieron al lado de la tortuga.

Cuando el cazador iba a recoger el mono, la serpiente levantó la cabeza, la macheteó y la serpiente murió. Recogió al mono y a la serpiente y los metió en el saco. Descubrió también al caracol y dijo:

Lo llevaré para que los niños lo preparen.

Y lo metió en el saco. Cuando iba a recoger el saco, tropezó y se preguntó:

¿Qué es esto con que he tropezado?

Al mirar al suelo, vio a la tortuga y exclamó:

¡Dios mío, cuánta comida! Después de cobrar tantas piezas así de golpe y porrazo, ya no necesito hacer nada más hoy.

La cogió y metió en el saco. El viejo cazador puso el saco sobre el hombro. Dentro llevaba el mono y la serpiente muertos, y la tortuga y el caracol aún vivos. Entonces la tortuga le dijo al caracol:

¿Te has percatado de algo? Te dije que fueras a transmitir a la gente que comía higos que lo hiciera calladita, porque el alboroto arrastra la muerte y la muerte es contagiosa. De ello tú y yo somos testigos ahora, porque aún vivimos para contarlo. Desgraciadamente, ellos ya han muerto. ¡Qué le vamos a hacer! Todos estamos condenados a morir.

De regreso al poblado, el cazador dio una vuelta por donde tenía un tronco de topé y, mientras se echaba un traguito antes de llegar a casa, apoyó el saco en el tronco de la palma. Se puso a tomar, a tomar, a tomar; y, por demasiado tomar, se quedó dormido.

Después de cerciorarse de que el viejo estaba dormido, la tortuga hizo unas cuantas piruetas, tumbó el saco y se marchó diciendo:

Bien os lo advertí, que el alboroto arrastra la muerte y que la muerte es contagiosa.