El hombre que entiende el lenguaje de los animales

Mtu anayesikia luga ya wanyama

​Esto es lo que se cuenta.

Un hombre fue a buscar a su mujer, que lo había dejado. Partió y en un momento dado se halló en una encrucijada. Allí encontró un perro.

—¿A dónde vas?, le preguntó el Perro.

— Qué extraño- pensó el hombre- Nunca había visto un perro que hable.

— Sí, tienes razón de sorprenderte- dijo el Perro. Sé que vas a buscar a tu mujer, pero vas solo; ahora bien, nunca se ha de ir solo cuando se va a buscar a su mujer.

—¿Qué quieres que haga?, Dijo el hombre.

— Que me dejes que te acompañe, le contestó el Perro. Y este es el secreto que te confío: ya que comprendes lo que te digo, de ahora en adelante comprenderás el lenguaje de todos los animales; sólo no digas nunca a nadie que comprendes el lenguaje de todos los animales. Si dijeras que comprendes el lenguaje de la cabra y la gallina, morirás.

— Bueno, de acuerdo, dijo el hombre. ¡Vamos!

— Cuando lleguemos allí, nunca dejes que me sirvan a parte con el pretexto que soy un perro, más bien pide que comamos juntos, agregó el Perro.

Cuando llegaron, les desearon la bienvenida y les prepararon la comida. Les sirvieron dos porciones de masa, una en una hermosa cesta y la otra en un recipiente muy sucio. El hombre y el Perro comieron juntos en el mismo plato, pero no comieron la parte reservada al Perro. Cuando terminaron de comer, se pidió a la gente que cortaran hojas de plátano para la cama de los invitados.

La mujer sabía que venían a buscarla porque ella había dejado a su marido. Se cortaron pues hojas de plátano e hicieron entrar a las cabras. Éstas volvieron de la maleza. Al llegar al pueblo, comenzaron a quejarse diciendo:

— Hay invitados en esta casa, pues han encendido fuego.

Otra cabra dijo:

—¡Pobres mis crías!

Los machos cabríos se quejaban también, diciendo:

— Otra vez escogerán a las víctimas entre nosotros.

— Pero vosotros no tenéis por qué quejaros, dijeron las cabras, pues no tenéis cría, pero nosotras que sí tenemos, seremos las víctimas.

—¡Oh! Pero para vosotras por lo menos, todo irá bien, dijeron los machos cabríos, pues pueden degollar a vuestras crías y dejaros vivas.

Al oír todo esto, el hombre se echó a reír, sin poder controlarse. Las gallinas volvieron a sus casas.

— Pobres de nosotras, dijeron, es una desgracia para nosotras, gallinas, ya que una vez más llegaron invitados.

— Pero tú, no tienes por qué quejarte, dijo otra gallina, como estás incubando; no pueden degollarte.

El Perro dijo al hombre:

—¿No te había dicho que ibas a entender el lenguaje de todos los animales?

Durmieron. Llegó el día.

— Mujer, pongámonos en camino.

— Espera que vaya primero a cortar leña para mi madre, contestó ella; porque no le queda ni siquiera un trozo de leña; partiremos mañana.

— De acuerdo, respondió el hombre, partamos mañana.

— Quédate aquí en casa con mamá, yo voy a cortar leña para mi madre.

Ahora bien, la suegra era tuerta. La mujer, antes de ir a cortar leña, pidió a su madre que vigilara los cacahuetes que acababa de poner a secar afuera. Derramó los cacahuetes en el patio. Su madre salió de la casa y fue a sentarse cerca de los cacahuetes para vigilarlos. El yerno también estaba sentado afuera con su perro. Las gallinas llegaron y se interpelaron, diciendo:

— Venid, amigas, venid a comer los cacahuetes, pues la que los cuida es tuerta.

El hombre no pudo controlarse y comenzó a reírse a carcajadas. Y las gallinas continuaban hablando:

—¡Junten sólo del lado del ojo tuerto y sigan bien el movimiento de su cabeza! Si ven que se mueve, ¡Huyamos!

El hombre se cayó de la silla y comenzó a rodar en el suelo de tanto reírse.

— Mi yerno se burla de mí, dijo la anciana; Se burla de mi ojo tuerto.

Se enojó y entró furiosa en su casa. Al ver eso, las gallinas comenzaron a comer todos los cacahuetes.

La esposa regresó del bosque.

— Mamá, dijo, ¿Cómo es posible que ya hayas recogido los cacahuetes, cuando todavía hay sol?

— Pregúntale a tu marido, contestó la mujer, ¿Por qué has recogido los cacahuetes tan temprano?, preguntó a su marido.

El hombre guardó silencio.

— Tu marido se burló de mí, dijo la madre, se burló de mi ojo tuerto. Por eso volví a la casa, dejando a los cacahuetes afuera. Y las gallinas vinieron a comerse todo. Ese es el sitio en el que se encontraban los cacahuetes”.

—¿Así que perdimos todos los cacahuetes? ¿Todo el campo de cacahuetes?

— Lamentablemente, sí, dijo la madre.

La mujer se enfadó con el marido por que se había burlado de su madre.

—¿Por qué te has burlado de mi madre? ¿Me quieres realmente, tú que te burlas de mi madre, quien me ha traído al mundo?”

El hombre prometió y juró por el Altísimo que no se había burlado de su suegra.

— Cuando te caíste al suelo de la silla, ¿De quién te estabas burlando? Estabas solo con ella, aquí en casa, no había nadie más. ¡Dime de quién te burlabas!

— Ay de mí, dijo el hombre.

La mujer se enojó tanto que incluso quiso suicidarse.

— Voy a contarte porqué me reí, explicó el hombre, las gallinas decían entre ellas: comamos los cacahuetes del lado del ojo tuerto. Es por eso que me reí.

Les contó todo lo que el Perro le había dicho en el camino. Y cuando acabó de pronunciar la última palabra, murió. El Perro volvió a su casa.

Es por eso que nunca hay que burlarse de alguien que está hablando.