El leopardo y el pangolín

Nkoi na mbali

​Nkoi, el Leopardo tenía tres amigos: Makako, el Mono, Mboloko, el Antílope enano y Mbali, el Pangolín. Un día les propuso salir del pueblo para pasear en un sitio más o menos lejano. Agregó que él había paseado una vez en un pueblo lejano y había descubierto a unas jóvenes muy hermosas. Como estaba interesado en una de ellas, le había preguntado a sus suegros qué se necesitaba para casarse con ella. Éstos le habían contestado que la única condición era acoger a los pretendientes en su propia casa durante algunos días, hacerles conocer sus riquezas, constituidas sobre todo por cabras y observar si éstas no eran robadas.

Al ver a estas cabras, Nkoi quedó muy sorprendido por su gran número y se dijo:

—¿Cómo puedo morir de hambre mientras que aquí hay lo necesario para comer?

Antes de regresar a su casa, se acercó a una de las jóvenes y le prometió volver.

En primer lugar invitó al Antílope enano para que lo acompañara a la casa de sus suegros, diciéndole:

En el camino, cuando recoja una gran caña de azúcar, tú recogerás una pequeña. En el pueblo de las viejas, cuando nos saluden, sólo tú responderás mientras que en el pueblo de las jóvenes, sólo yo responderé.

Muy dócil, Mboloko respetó escrupulosamente todas las instrucciones hasta el pueblo al que se dirigían.

Cuando llegaron a la casa de los suegros, fueron muy bien acogidos. Éstos les mostraron las cabras y les dijeron:

— Tenemos cien cabras, si mañana una de ellas se pierde, ustedes no se casarán con nuestras hijas.

Les sirvieron suficiente comida y bebida. Antes de acostarse, Nkoi preguntó a Mboloko:

—¿De qué manera duermes?

— Duermo con los ojos cerrados, como todo el mundo, respondió Mboloko.

En plena madrugada, tras haberse cerciorado de que su amigo dormía profundamente, Nkoi se levantó y se dirigió al establo. Atrapó a una cabra, la degolló y echó la sangre en uno de los recipientes que contenía el agua para el baño matinal.

Tras haber devorado a su víctima, regresó con el recipiente lleno de sangre. Lo instaló debajo de la cama de Mboloko que dormía profundamente y retiró el del agua para colocarlo debajo de su propia cama.

A primera hora de la mañana, Nkoi fue el primero en levantarse. Luego, despertó a su amigo, lo invitó a bañarse y salió enseguida. Mboloko fue a lavarse, sin darse cuenta de que se trataba de sangre. Luego, fue a descansar un poco más a su cama. Pero cuando quiso levantase, se dio cuenta de que sus pelos se pegaban a la cama. Mientras tanto, afuera, los suegros comprobaron la desaparición de una cabra y vinieron a interrogar a Nkoi. Éste contestó:

— Es muy sencillo. Controlen quién tenga sangre sobre el cuerpo: ese es el ladrón.

Mboloko hizo un esfuerzo y salió, cubierto de sangre. Inmediatamente, lo atraparon y lo mataron. Nkoi volvió a su pueblo. La mujer de Mboloko le pidió noticias de su marido, a lo que Nkoi respondió que estaba estupendamente y que volvería más tarde.

Tres semanas más tarde, Nkoi pidió a Makako que lo acompañara a la casa de sus suegros. En el camino, Makako, respetó todas las consignas que su amigo le había dado. Cuando llegaron a destino, fueron bien recibidos. Antes de ir a dormir, Nkoi preguntó a Makako:

—¿De qué manera duermes?

— Duermo con los ojos cerrados como todo el mundo, respondió Makako.

En plena madrugada, Nkoi se levantó e hizo la misma jugada que había hecho a Mboloko. Los suegros comprobaron la desaparición de una cabra y preguntaron a Nkoi:

—¿Quién ha robado una de nuestras cabras?

— Es muy sencillo. Controlen quién tenga sangre sobre el cuerpo: ese es el ladrón.

Todos se abalanzaron sobre Makako que, al salir, estaba cubierto de sangre. Lo mataron. Inmediatamente Nkoi tomó el camino de regreso, llevándose los regalos que le habían dado sus suegros.

Tres semanas más tarde, Nkoi se hizo acompañar por Mbali para el viaje a la casa de sus suegros. Mbali era un animalito pequeño, pero más astuto que Nkoi.

Apenas llegaron al campo de cañas de azúcar, Mbali cogió una tan grande como la de Nkoi. Éste se enfadó con él:

—¿Por qué no respetas mis instrucciones?

— Lo había olvidado y me parece que este viaje comienza mal para mí; tengo que dar media vuelta, continuó Mbali.

— Te perdono, pero no vuelvas a empezar, replicó Nkoi.

Apenas llegaron al pueblo de las viejas, los dos viajeros se quedaron en silencio cuando éstas les saludaron, lo que provocó la ira de Nkoi.

— Esta vez, vuelvo a mi casa. No logro respetar tus órdenes, le dijo Mbali.

— No te vuelvas, sólo observa esta última consigna: en el próximo pueblo, te lo recuerdo, no respondas al saludo de las jóvenes, insistió Nkoi.

Pero en el pueblo de las jóvenes, Mbali volvió a desoír esta última recomendación. Nkoi se enfadó aún más:

— Esta vez, te devuelvo tu bolsa y doy media vuelta, dijo Mbale. Me pregunto quién me ha hechizado.

Mbali dejó su bolsa en el suelo e inició el camino de regreso. Nkoi se dio cuenta de que no tendría más la oportunidad de comer su cabra, si Mabali mantenía firme su decisión. Siguió a Mbali y le suplicó:

Vuelve atrás, sigamos nuestro viaje.

Siguieron hasta el pueblo de sus suegros. Como siempre, fueron muy bien acogidos. Nkoi se dijo:

— Es mi última prueba. Tengo que resistir para poder regresar esta vez con mi mujer.

Les ofrecieron suficiente comida y bebida. A la hora de acostarse, Nkoi preguntó a Mbali:

— Amigo mío, ¿De qué manera duermes?

Cuando tengo los ojos abiertos, es porque duermo, contestó Mbali. Pero si tengo los ojos cerrados, es porque estoy despierto.

—¡Qué increíble! contestó Nkoi. ¿No es más bien lo contrario?

En absoluto. Te estoy diciendo toda la verdad. Puedes comprobarlo, le dijo Mbali.

Se acostaron. A la hora habitual de su crimen, Nkoi se levantó y se dirigió al establo. Degolló una cabra y recogió la sangre en el recipiente reservado para el agua de su baño matinal. Tras haberla devorado por completo, tomó el recipiente con sangre y lo deslizó debajo de la cama de Mbali. Entonces comprobó que Mbali tenía los ojos abiertos y se dijo que estaba seguramente en pleno sueño.

Completamente satisfecho, Nkoi se durmió. Poco después, Mbali se levantó y volvió a intercambiar los recipientes.

Al momento de despertarse, Nkoi fue incapaz de hacerlo primero, como siempre, mientras que Mbali se levantó, se lavó rápidamente y salió.

Cuando Nkoi comenzó a lavarse, sintió que se estaba bañando con sangre. Entonces dejó de lavarse pero ya era demasiado tarde. Entonces decidió no salir de la habitación.

Por la mañana, los suegros comprobaron la desaparición de una cabra. Se dirigieron a sus huéspedes diciendo:

Mbali, ¿Dónde está tu amigo?

Está en la cama. Aún duerme, contestó Mbali.

¿No tenéis vergüenza de robarle a vuestros suegros?

Los suegros pidieron a Nkoi que saliera. Éste no podía hacerlo porque estaba cubierto de sangre. Mbali se dirigió a sus suegros en estos términos:

Mi amigo es muy peligroso; si lo dejan salir, nadie podrá controlarlo. Mejor sería controlar por la ventana si tiene sangre encima y hacer todo lo posible para matarlo en el interior mismo de la casa.

Genial, contestaron los suegros.

Al controlar, los suegros comprobaron que Nkoi estaba cubierto de sangre.

¡Ah Nkoi! Eres tú el ladrón y haces matar a tus amigos inocentes, se exclamaron. Lo atacaron y lo mataron.

Aquí termina nuestro cuento.