Ùrí de Lòbélá
Ùrí wà lòbélá
Érase una vez una chica que formaba parte de un grupo de siete amigas jóvenes.
Iban juntas a bañarse en el mar, a la finca a capturar cangrejos y a cortar leñas.
En el grupo había dos hermanas, pero no se querían. Siempre se peleaban, como puede ocurrir entre nosotros. Una de ellas se llamaba Urí y tenía un brazalete con el que no debía bañarse. Un día fueron a la playa a bañarse. Al llegar, lo sacó y puso sobre una piedra que resulta que era un monstruo. Fueron al mar y se bañaron. Al irse, se olvidó el brazalete. Subieron la cuesta del acantilado, como cuando salimos del ritual de la fecundidad (bòtóí). Al llegar arriba, exclamó:
—¡Húúú…, me he olvidado el brazalete!
— La primera persona a la que lo comentó fue a su hermana.
— Hermana, me he olvidado el brazalete.
— Que te acompañe fulana -indicando a otra amiga.
Ésta hizo lo mismo e indicó a otra. Y así sucesivamente. Nadie le acompañó. Bajó a la playa y vio que donde dejó el brazalete estaba sentado un viejo que llevaba una mochila.
— Se acercó a él. Le saludó:
— Buenas tarde, abuelito. ¿Has visto mi brazalete? -le preguntó.
— Sí, lo he visto. Mete la mano en la mochila. Allí está -dijo el anciano.
Metió el brazo entero hasta el fondo de la mochila.
— Abuelo, no lo encuentro -dijo la niña.
— Busca, busca -dijo el abuelo.
— Abuelo, no lo encuentro -dijo la niña desesperada.
— Busca, busca, busca -insistía el viejito.
Sus amigas que no la habían querido acompañar ya estaban preocupadas de que su amiga no regresaba. ¡Mmàí…, nuestra amiga no ha vuelto!
— No lo encuentro, abuelo -repetía la niña.
— Busca. Busca -insistía el anciano.
La cabeza de la niña había entrado en la mochila y sus piernas arriba, colgando fuera de la mochila.
De este modo quedó atrapada por el viejo. La hermana se puso a llamarla:
—¡Ùrí de lòbélá, Ùrí de lòbélá!
No contestó.
—¡Ùrí de lòbélá, Ùrí de lòbélá!
No contestó. Volvió a llamar por tercera vez:
¡Ùrí de lòbélá, Ùrí lòbélá!
Desde el fondo de la mochila respondió diciendo:
— No me llames, no me llames, la marea es brava, las olas del mar no me permiten oírte. Cuando veas a papá, mamá y al tío, diles que el viejo se ha llevado a Urí de lòbèlà.
La hermana volvió a llamar. Y desde el interior de la mochila respondió:
— Aquí estoy. No me llames, no me llames, el oleaje es bravo, no me deja oír tu voz. Cuando veas a papá, mamá y al tío, diles que el viejo se ha llevado a Urí de lòbèlò.
Al llegar a casa, por el miedo y el susto que se había llevado, no pudo contar lo sucedido a su padre, madre y tío. Tuvo miedo.
Porque cuando dijo a su hermana que la acompañara, si lo hubiera hecho, todas las amigas la habrían acompañado y el viejo no se la hubiera llevado, porque no podría atrapar a todas. Aunque no devolviera la pulsera, no se llevaría a su hermana
Por eso, se ha de tener presente que los vínculos de sangre son más fuertes que el agua, el agua derramada es absorbida por el suelo; en cambio, si uno se hace daño, aunque la tierra esté seca, la sangre derramada no se introduce en el suelo.
Al respecto, hay un dicho inglés que dice: la sangre es más espesa que el agua.