Los animales contra el caracol
Bàchírì yà kúɛ́ñ
Érase una vez los animales. Todos se reunieron para determinar quién iba a cortar el racimo de plátanos que se veía al otro lado del monte, porque quien no fuera, no lo iba a comer. Y cada uno se ofreció voluntariamente.
Enviaron primero a los roedores, y a la rata de campo le tocó ir en primer lugar; pero, cuando quiso cortar el racimo de plátanos, oyó de repente:
¿Hay rata por estos bosques?
(Contestaréis así [al público]: A-wá-edjáng, waa wá-edjáng, aaah, a-wá-edjáng.)
[Como iba diciendo] La rata se fue y, al primer machetazo, oyó una voz al pie del plátano diciendo:
¿Hay rata por estos bosques? Pobre de ella, porque me comeré su hígado, sus tripas y todas las vísceras.
Coro: A-wá-edjáng, waa wá-edjáng, aaah
Siempre he tenido ganas de comer [carne de] rata.
Coro: A-wá-edjáng, waa wá-edjáng, aaah, a-wá-edjáng
La rata dijo:
¿Qué oigo? ¿Un ser invisible amenazándome con comer mi hígado, los intestinos y todas mis vísceras?
Así que, sin darle más vueltas al interrogante, dejó el machete y regresó corriendo. Esto irritó a la rata de Gambia que regañó al musgaño:
Esto es lo que me disgusta de vosotros. Dijiste que podías cortar el racimo de plátanos, ¿por qué no lo has traído? Yo, rata de Gambia, no bromeo, voy a traer ese racimo de plátanos ahora.
Entonces le dijeron:
Ve pues.
La rata de Gambia se puso en camino, cogió el machete donde lo arrojó el musgaño, llegó a donde estaba el plátano y, cuando quiso cortarlo, oyó de repente:
¿Hay rata de Gambia por estos bosques? Pobre de ella, porque he de comer su hígado, sus intestinos y todas las vísceras. Siempre he tenido ganas de comer [carne de] rata.
La rata de Gambia se echó a correr y, al llegar donde se encontraban los demás animales, el puercoespín se puso a regañarla:
Esto es lo que me disgusta de la rata. Nos aseguraste que ibas a cortar ese racimo de plátanos, después de proferir insultos al musgaño. ¿Por qué regresas sin el racimo de plátanos?
La rata le dijo:
Ten paciencia, amigo puercoespín, tú mismo lo verás, mejor dicho, te enterarás.
Y el puercoespín dijo:
¡Qué puede pasarme a mí! Estoy orgulloso por las púas que cubren mi cuerpo. ¿Quién se atreve a desafiarme en la selva?
El puercoespín partió y llegó al lugar, pero, al levantar el machete, oyó de repente:
¿Hay puercoespín por estos bosques? Pobre de él, porque he de comer su hígado, sus tripas y todas las vísceras. Siempre he tenido ganas de comer [carne de] puercoespín.
El puercoespín también regresó corriendo y el antílope arremetió contra él:
Estas cosas son las que me disgustan de vosotros. Sabes que estamos reunidos aquí por ese racimo de plátanos y que necesitamos a alguien que nos lo traiga para comerlo, ¿por qué vuelves con las manos vacías? Iré yo a cortar el racimo de plátanos ahora. Confío en la ligereza de mis patas. No sé qué decís que os atemoriza allí. Al llegar, le daré un machetazo al plátano y [el racimo] caerá al suelo, luego lo recogeré y lo traeré volando.
El antílope fue, al llegar a donde estaba el plátano, levantó el machete, pero antes de machetearlo oyó de pronto:
¿Hay antílope por estos bosques? — El antílope puso pies en polvorosa [no esperó para oír más]-. Pobre de él, porque quiero comer su hígado, sus intestinos y todas las vísceras.
Coro: A-wá-edjáng, waa wá-edjáng, aaah
Siempre he querido comer [carne de] antílope.
Coro: A-wá-edjáng, waa wá-edjàng, aaah, a-wá-edjáng
El antílope llegó sin aliento. Por allí pasaron todos los animales: los elefantes fueron, los leopardos también fueron. En fin, toda la especie animal existente se fue y sólo quedaba la tortuga. Entonces le dijeron:
No sabemos si alcanzas siquiera la altura de un racimo de plátanos, para que puedas cortar ése, pero solamente quedas tú. Te enviamos porque no hay elección. ¿Quién eres? ¿Qué puedes hacer? ¿Acaso puedes cortar un racimo de plátanos? Ve no obstante.
La tortuga se fue con su paso lento, llegó debajo del racimo de plátanos y empezó a cortarlo. De pronto oyó:
¿Hay tortuga por estos parajes? Pobre de ella, porque me comeré su hígado, sus tripas y todas las vísceras de su vientre. Siempre he querido alimentarme de carne de tortuga.
Cortando el racimo de plátanos, ella dijo:
Yo sí que no me presto a este juego.
Entonces fue mirando [de donde salía la voz] y, al levantar una hoja de plátano, vio al caracol y dijo:
Te pillé, amigo. Aquí, pegado al tronco del banano, causabas el pánico de la especie animal. De tal forma que nadie se atrevía a cortar este racimo de plátanos, porque dicen que alguien les amenazaba con comer sus entrañas, algo que en jamás de los jamases han oído.
La tortuga lo recogió y tiró al suelo; cortó el racimo de plátanos y lo tiró al suelo; mientras tanto los demás animales se preguntaban impacientes por su tardanza:
¿Qué le habrá pasado? De allí hemos salido corriendo todos.
El elefante dijo:
No os preocupéis. Sabéis que por su naturaleza la tortuga nunca va deprisa, puede ser que le cueste cargar el racimo de plátanos; vayamos en su busca.
Cuando llegaron, la tortuga había cortado el racimo de plátanos, descubierto al caracol y empaquetado todo. Entonces le dijeron:
Lo sentimos mucho, pero no comerás de este racimo de plátanos.
Y empezaron a patearla. Cada uno venía y la golpeaba. La tortuga se metió en su caparazón y desde allí les dijo:
Soy irrompible.
Entonces le dijeron al elefante:
Rompe [el caparazón de] esta tortuga, solo tú puedes hacerlo; además, vamos a comerla junto este racimo de plátanos.
Pese a las patadas recibidas, la tortuga pidió la palabra:
Tengo algo que deciros.
El elefante dijo:
¿Cómo es posible que sigas hablando después del pisotón?
La tortuga les dijo:
¿Sabéis una cosa? ¿Veis aquel terreno recién roturado?
Sí – dijo el elefante.
Si queréis que muera, arrojadme allí, porque mañana será quemado.
No lo pensaron dos veces: la cogieron y la arrojaron allí. Y… la tortuga se escapó.